Hoy me detengo a pensar en este nuevo ciclo que comienza, un momento que siento lleno de promesas y posibilidades. Es el instante ideal para iniciar cambios significativos en mi vida y en las relaciones que construyo con quienes me rodean. Siento que este tiempo trae consigo una invitación: reflexionar. Una palabra que lleva consigo un profundo significado, pero que tantas veces dejo de lado en la prisa de mi rutina.
Vivo en una sociedad que parece moverse más rápido de lo que puedo asimilar. Es un cambio constante, potenciado por las redes sociales y los dispositivos que me acompañan a todas partes. Si me detengo un momento y agudizo mi mirada crítica, noto cómo estas herramientas han moldeado mi historia. Me controlan con su omnipresencia, desde pequeños dispositivos que caben en mi mano hasta las pantallas que iluminan mis noches.
Recuerdo tiempos diferentes. Aquellos de mi juventud, cuando la vida se vivía de otra manera. Había espacio para detenerme y reflexionar sobre las experiencias que se cruzaban en mi camino. Podía mirar al cielo sin prisas, observar lo que había dejado atrás y encontrar enseñanzas tanto en los momentos buenos como en los difíciles. Sí, también cometí errores, como cualquier generación, pero tenía la oportunidad de pensar en ellos, discernir y aprender para no caer de nuevo en las mismas trampas.
Hoy, la vida me presenta escenarios diversos, como siempre lo ha hecho, pero con una diferencia notable: la omnipresencia del mundo multimedia. Este espacio virtual me muestra realidades alternas que a menudo confunden y desinforman. Lo más alarmante es que me roba tiempo, ese recurso precioso que no puedo recuperar. Sin apenas darme cuenta, estos medios se han incrustado en mi historia de manera tan natural que casi no cuestiono su presencia. Sin embargo, sé que su efecto es profundo y sistemático: manipulan la información, moldean mis percepciones y afectan incluso cómo vivo mi día a día.
Al reflexionar sobre esto, no puedo ignorar el síndrome FOMO (Fear of Missing Out) que parece haberse apoderado de tantos, incluyéndome a veces. Esa necesidad constante de estar conectado y actualizado en las redes sociales me ha generado ansiedad y el temor de perderme algo importante. Aunque hay esfuerzos para mitigar esta adicción, como eliminar contenido inapropiado o educar sobre seguridad online, creo que el cambio verdadero debe empezar conmigo. Necesito crear un equilibrio, redescubrir la belleza de una vida más simple, menos dominada por el flujo interminable de información digital.
En este nuevo ciclo, mi gran reto no será una dieta que probablemente abandonaré o una resolución pasajera que no cumpliré. Mi objetivo será algo más profundo: alejarme del uso excesivo de dispositivos y redes sociales. Quiero reconectar con lo que realmente importa, volver a las fuentes de alegría y paz que solía encontrar antes de que todo este ruido multimedia invadiera mi vida. Deseo recordar lo hermosa que es la vida sin la constante interrupción de notificaciones y pantallas.
Es también un compromiso hacia quienes amo. No quiero que esta “basura multimedia”, que se expande como un cáncer, siga alejándome de ellos. Quiero construir una comunidad real, donde las conexiones sean auténticas, cara a cara, y no mediadas por un algoritmo. Reflexiono sobre cómo puedo ser un ejemplo para los más jóvenes, enseñándoles que hay una vida rica y plena más allá de las pantallas.
Este nuevo ciclo me recuerda que el poder de cambiar está en mis manos. Depende de mí decidir cómo quiero vivir y qué legado quiero dejar. La reflexión es el primer paso para tomar estas decisiones con intención y claridad. Es un momento para pausar, mirar alrededor y preguntarme: ¿Estoy viviendo la vida que quiero, o simplemente estoy siendo llevado por la corriente?
Para ANUNCIAR Informa (AI)
Desde España
Alfredo Musante
-Este artículo está publicado en el boletín digital, número 62 que corresponde al mes de enero de 2025.