Una vez más la superficialidad se hace presente con halo de novedad tecnológica. Se lee más, pero con contenido muy limitado, se escribe más, con muy poco conocimiento de reglas gramaticales. Así es vivir de manera superflua, ni prensa ni libros, las mejores informaciones y opiniones habitan en las redes sociales, con pocas palabras basta. La retentiva y mente de la población también se han visto afectadas ¿recuerdas los números telefónicos de tus familiares? ¿Fechas importantes? La comodidad de evitarse pensar, actualmente ya no hay memoria para ello, es mejor preguntárselo a Google. También la equivocación se masifica y si el error está en las redes sociales ¿quién soy yo para contradecirlo? Millones de personas no pueden estar equivocadas. La superficialidad nos lleva a dar por hecho las cosas, repetir errores, confirmando que el conocimiento dejó de ser la base de la civilización. Hoy la masividad es lo que afirma la regla, con o sin razón, el sentido común desplazó a toda lógica.
La generación apegada a las riquezas, que se encuentra pasmada y que mide la felicidad con likes, que confunde amistad con seguidores, que prefiere “wasapear” a conversar y que evita el aburrimiento por sobre todas las cosas, perdiendo creatividad. Somos parte de una sociedad consumista de imágenes y conceptos divergentes que impulsan a vivir de incomprensibles maneras: Hedonista, liberal, aislado, grupal, todo al extremo, sin mesura. Esta época nos ha regalado la superficialidad más absoluta, todo por encima y sin sustancia, ya que no tendremos tiempo para profundizar en el conocimiento.
Se exigen los cinco pasos para cambiar de religión y las diez cosas que no debes dejar de hacer en un viaje, todo es rápido, indoloro, práctico. Se ha sobrevalorado el tiempo y se ha generalizado la realización de actividades múltiples para sentirse satisfecho, todos iguales, pensando que somos diferentes por elección. Pertenezco a esta sociedad vertiginosa, insatisfecha, superficial y darme cuenta de la paz que el amor de Dios es capaz de darnos, personalmente me regresa a una calma y a un sentido diferente de enfrentar los retos en mi vida. Sin importar la dificultad o complicación, la esperanza que nos da Dios es sin duda la más reconfortante, nada se compara con la certeza de sabernos amados por un Padre amoroso que siempre y en todo momento me acompaña y guía para no extraviar el camino de la sencillez, humildad y amor que es la Buena Noticia con la que despierto y me duermo. Se ha popularizado la siguiente frase: “Tal vez no estés preparado para esto”
“Y de igual manera, estos en que se sembró la semilla en pedregales son los que al oír la palabra enseguida la reciben con gozo”. Marcos 4, 16.
Sin embargo, para adentrarnos en el camino del amor de Dios, todos estamos listos, se trata de dar el paso ahora, decidirse y querer hacer un cambio de la superficialidad a la profundidad. Es una invitación para descubrir el misterio más grande y absoluto, el amor de Dios, este amor tiene múltiples facetas y aunque es amable y gentil, también es feroz, protege a los que ama y no deja que nada se interponga. Experimenta el amor más grande y absoluto en estos tiempos de superficialidad y verás ¡qué bueno es!
Para ANUNCIAR Informa (AI)
Desde México
Rafael Salomón
-Este artículo está publicado en el boletín digital, número 54, que corresponde al mes de Mayo de 2024.