Soy locutora católica por una casualidad no muy lógica que avivó mi vocación por la comunicación en la Iglesia y en remolinos de ideas, de pronto, se “entromete” atrevidamente la representación viva de una “entrevista a Jesucristo”.
Así que sin más preámbulos ni razones, me atrevo a incorporar -junto a ustedes que me leen- un inusual guión encabezado por “AQUEL” que ya nació y ¡se quedó!
¿Se animan a entrevistarlo conmigo?
Me atrevo a confesar públicamente que una efervescencia de emociones sacude todo mi ser, al son de una bandada de pájaros que se exhibe volando a lo lejos, buscando migrar, como yo, a lo más profundo del corazón del que será entrevistado, con la tenue confianza de robarle un Milagro, tal y como lo hicieron aquellas mujeres del Evangelio.
Decido dirigirme al Sagrario, sin micrófono, más bien con un fino lápiz de gruesa punta que se alista para escribir y evoco la tímida audacia de La Hemorroisa (…) “Si logro tocar tan siquiera Su manto, sanaré” (Mc. 5:28).
El ventarrón de pensamientos es apaciguado por una tensa calma, ante el ruido sordo de no escuchar absolutamente nada.
-¡Vaya locura esta!, me digo a mí misma, en señal de reclamo hacia el entrevistado que no suelta palabra.
De pronto, el silencio queda interrumpido ante el estupor de la primera pregunta:
-¿Está Usted vivo? Enséñeme a creer en semejante locura.
Sí, es una locura tan viva como el grito del profeta Isaías que, derrochando la señal de Dios, le anunció a Usted sin haberle siquiera visto: “Escuchen, habitantes de la casa de David… el Señor mismo les va a dar una señal: He aquí que una doncella dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel (Dios-con-nosotros) (Is. 7, 13-14) -(y proseguí en mi monólogo)
-¡Y qué esperanza tan desafiante es creer sin tan siquiera poder verlo en persona!
De pronto, arremete un intenso olor a rosas proveniente de coloridos ramos, suspendidos milimétricamente de lado y lado, pretendiendo cubrir de pétalos la Hostia Consagrada para simular un jardín donde se dice está Su presencia viva. El aroma resultaba poco familiar y muy penetrante, aunque nada extraordinario, -la verdad-, sólo que mí afilado olfato lo percibe, esta vez, dando señales de alerta.
Me acerco para contemplar la escena que simula un lienzo muy elaborado y me percato de que tres religiosas vestidas de blanco se aproximan con pasos tan sincronizados como soldados en marcha triunfales. Con gran disimulo, viro mi muñeca derecha para ver la hora y el reloj marca las 5 de la tarde, momento en el que la Iglesia Universal se congrega para rezar las vísperas en un espacio lleno de intimidad y confidencia, bajo el abrigo que da victoria al ungido.
¡Bendito y alabado seas mi Dios inmortal!, se escucha oír de las religiosas, cuyas voces simulaban una orquesta vestida de blanco.
-¿Está usted vivo?, pregunté de nuevo.
Una arrebatada Paz inunda hasta casi ahogar y un niño ríe a carcajadas, en medio de aquel eco sordo.
No se escuchó palabra alguna… el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros “PARA SIEMPRE”.
Hemos avanzado bastante.
¡Contemos la historia!
Para ANUNCIAR Informa (AI)
Desde Venezuela
Isabella Orellana
-Este artículo está publicado en el boletín digital, número 50, que corresponde al mes de Enero de 2024.