Queridos lectores:
Este desmañado editor tiene como objetivo continuar haciendo reflexionar al atento lector. Comenzado ya este 2022, hemos comido las 12 uvas a la medianoche, hemos hecho nuestra lista de cosas para hacer (seguramente la lista del año anterior con el “21” tachado y con un “22”sobrescrito), hemos vuelto a prometernos llevar una vida más saludable y hemos recomenzado la dieta. Pero… ¡un momento!, no es de estas promesas con nacimiento repetido año tras año de lo que quiero escribir en estas abarrotadas líneas, no señor. Propongo arrancar nuestro “ciclo lectivo” aprendiendo y reflexionando como es la costumbre de esta gente rara que habita en ANUNCIAR.
Aprovechando el “comienzo”, en el sentido más amplio de la palabra, quiero hablarles justamente de eso. Comienzos. Los vivimos a diario, lástima que nunca -o casi nunca- les prestamos la atención que merecen. Estos comienzos en realidad nos representan ciclos. ¿Me siguen, verdad? Son los ciclos los que requieren de un comienzo para… si, para comenzar y tienen un final que a veces se nos hace un poco difícil vislumbrar y por eso la pasamos tan mal la mayoría de la veces. Como no puede ser de otra manera, este terco escritor, quiere calar directamente al hueso. Como dicen por ahí, rápido y sin dolor. Aunque a veces nos encaprichemos y duela. Hablemos de relaciones humanas. ¡Ja!
¿Relaciones humanas dice Ud.? Si, relaciones, todas las relaciones. Y me gustaría centrarme en las que suceden de forma, digamos, fortuitas. A pesar de que quien suscribe sabe que eso no existe. Relaciones de conocidos, amigos, compañeros de vida, novios, parejas y un largo etcétera. (Ni sueñe querido y transgresor lector que voy a poner la “e” para “inclusivar” a ambos géneros. Nota de servidor: Si, acabo de inventar una palabra, bueno, me gusta estar a la moda…).
¿Por qué llegan determinadas personas – tranquilos, no voy a poner almas – a nuestras vidas? ¿Por qué lo hacen en un determinado momento? Y lo peor de todo, ¿por qué luego, algunas, se van? Quien está de este lado, ha leído muchísimo sobre este asunto y arribó a una conclusión que es tan sencilla como trascendente. En esta vida – o EN la vida, para que nadie me salte a la yugular- estamos para aprender. Tan simple como eso, aprendemos a ser menos rencorosos, malvados, desamorados, egoístas, codiciosas, avaras y demás adjetivos afines, y, por otro lado aprendemos, en todos sus colores y sabores, a practicar el amor. Aprendemos a ser más empáticos, amorosos, con actitud de brindarnos a quien tenemos al lado, y un, más largo aún, etcétera con vértices de virtuosidad que podemos criar/crear en nuestros corazones.
Bueno, ¿y la gente que viene? Esa gente mis ávidos lectores y amigos viene a aportar su granito de arena en nuestro paso por aquí. Nos vienen a enseñar algo en un determinado momento y, como profesor de grado, luego de ayudarnos a aprehender y aprender lo que tenían para nosotros, simplemente siguen su camino. ¡Ojo!, atentos, esto es un ida y vuelta. Es parte de la perfecta obra de – como diría mi querido amigo Alfredo Musante – el Jefe. Significa que lo que construye no tiene “goteras”. Pongamos algún ejemplo, hagámoslo más claro, una pareja que se jura amor eterno y, como suele suceder, al tiempo se separan, ¿se acaba el amor? No se trata de amor, se trata de que ya ambos, amorosamente, se hayan enseñado lo que el otro necesitaba. Ya está, el universo es un continuo movimiento, nada es estático, todo fluye y se mueve. Las relaciones también. Es necesaria la separación, debemos continuar aprendiendo, dicho en “idioma millenial” pasamos a otro nivel en el juego, nos enfrentaremos a otras cosas.
Mi amigo, que recorrió junto a mí las más locas aventuras, ambos nos sumergimos en proyectos descabellados (o no tanto) que algunos salieron bien y otros un poco mejor. ¿Pero que pasa con este amigo? Porque ya no es el de antes, ya no me acompaña tanto. Él sigue ahí pero de otra manera. Me dejó solo, se fue. NO, esto no es así, simplemente cumplió, como digo, amorosamente, su tarea de enseñarme -y yo a él, por supuesto- y luego de colocó en otro lugar. Sigue siendo mi amigo, claro, pero desde otro lugar, mostrándome, tal vez, otras cosas.
Esto no está ni bien ni mal, simplemente es así. Debemos entender que la gente que se nos acerca tiene un determinado tiempo a nuestro lado -a veces toda la vida, eh!, no le peguen de antemano a este humilde servidor- para luego seguir creciendo y evolucionando. En otra palabra, aprendiendo.
No quiero hacer muy larga esta desprolija editorial, si gustan puedo escribir más sobre el tema, sólo háganmelo saber a través de nuestras vías de comunicación. Como reflexión final, tomen cada separación, alejamiento, o simplemente distanciamiento de la persona que creíamos que siempre iba a estar ahí con compasión. Ayudémonos a crecer. Ayudémonos a ser mejores. Amémonos.
Recuerden, tenemos la obligación de ser felices y de apagar la TV.
(¡Listo, se los dije!)
Ignacio Bucsinszky