Este mes arrancamos un poco más tarde, hemos estado trabajando arduamente entre Asturias y Buenos Aires para seguir generando contenido de excelencia para vuestro placer intelectual. Siempre, desde diversos flancos, gustoso de hacerlos reflexionar. Es un hermoso ejercicio, nos mantiene con el alma y el corazón abierto y dispuesto, nos mantiene humanos. Voy a abusar de la reflexión y llevarlos a un campo inmenso, al ser.
¿Quién? ¿Qué “ser”? Fácil. Nosotros.
Tomarse un momento, parar y pensar, preguntarse: “¿Quién soy?”. Es una pregunta casi filosófica, una pregunta que trae consigo una respuesta, cuanto menos, gigante. Miles y miles de experiencias, vivencias, lazos armados -y desarmados-, compañeros de ruta, y un largo etcétera.
Ahora, reduzcamos un poco la apuesta, quiero llevarlos de paseo, por el corazón de cada uno de ustedes, y pensemos, sintamos, quienes somos. Somos lo que somos, en gran medida, por la gente que nos ha rodeado desde nuestra más tierna edad, gente que se cruza en nuestras vidas para hacérnosla más bonita, otros que se cruzan de manera, a veces, violenta, para enseñarnos algo -estos son lo que más cuesta entender que son nuestros mejores maestros-, otros para llenarnos de amor en forma de hijos, de pareja o de amistad.
Simplemente van desfilando ante nosotros durante nuestro paso por aquí. Pasaré de largo, esta vez, las creencias sobre porque cierta gente nos encuentra en esta existencia. Somos un poquito de cada una de estas personas. Ellas nos honran con su amor incondicional, con sus lecciones, con su compañía, con su mano tendida para ayudarnos a continuar. Son lazos que debemos honrar en el sentido más amplio de esta palabra.
Por supuesto que estamos todos aprendiendo aquí y, cual niño, cometemos errores, siempre lo hacemos. Tratamos de arreglar, remediar, aprender y seguir. ¿Y que pasa con estas almas, estos hermanos que están a nuestro lado? Se quedan. Siguen honrándonos con su amor y su saber, siguen ahí porque saben que estamos todos aprendiendo, que es una ida y vuelta para todos. Todos erramos. Nos equivocamos. Lo importante es aprender y seguir adelante, darnos cuenta de quienes permanecen a nuestro lado brindándonos incondicionalmente su amor, cariño, afecto, paciencia y tantos otros sustantivos hermosos de esos que siguen eligiendo permanecer a nuestro lado.
De aquí quiero desprender dos reflexiones finales en esta desprolija y corta editorial. La primera es que debemos ser conscientes de que estamos aprendiendo y cometemos y cometeremos errores hasta el último de nuestros días. La segunda es que siempre es lindo detenerse a recordar quienes estuvieron y mirar al costado y ver quienes están a pesar de todo, con quienes estamos construyendo -hace poco o hace muchos años- nuestra vida, saber que están ahí, como mencioné renglones arriba, honrarlos y agradecerles por seguir ahí.
El amor incondicional no abunda en estos tiempos, hay que cuidarlo y regarlo, cual plantita, todos los días. ¿Hace cuanto no le decís a tu pareja cuanto lo amas, cuanto le agradeces y cuán feliz sos porque sigue a tu lado, codo a codo, día a día? ¿Hace cuanto no abrazas a tu hijo o hija, biológico o del corazón, y le decís cuanta alegría trajo a tu vida, como te completó, cuanto lo amas? ¿Hace cuanto no le decís a tus compañeros de ruta, tus amigos, tus cómplices, los que te sacaban a patadas del sillón cuando estás deprimido y que se ponían tantos o más felices que vos cuando te iba bien? ¿O la persona que amabas te daba el “si” en la Iglesia?
Si no hiciste nada de esto que acabas de leer, hacelo. Hacelo ahora. Hacelo siempre.
Honremos. Agradezcamos. Amemos.
Tenemos la obligación de ser felices y mirar a nuestro lado, ahí van a estar.
Ignacio Bucsinszky