Edmundo Sanders (primera parte)
Conocí a Edmundo Sanders, y hasta podría decirse que con él tuve mi primer “trabajo” en una radio. De su mano ingresé por primera vez a un estudio de radio: mi tarea consistía en leer al aire los mensajes de los oyentes que llamaban a la radio y recordar los números de las líneas telefónicas de la emisora en el comienzo de cada bloque del programa “Las cosas claras” que él conducía de lunes a viernes a las 22 horas por LR2 RADIO ARGENTINA.
Ubicado en el piso 10 de un moderno edificio sobre calle Carlos Pellegrini, a no muchas cuadras de mi casa, llegaba yo caminando cada noche minutos antes del comienzo del programa, y el sólo hecho de que el personal de seguridad del edificio ya me conociera y me permitiera el paso, hacía que con mis 16 años sintiera plena satisfacción interior -muy sana, por cierto- de saber que de algún modo yo “era parte de la radio, y del programa”.
RADIO ARGENTINA era nada más y nada menos la primera radio del país, aquella de “los locos de la azotea” que el 27 de agosto de 1920 emitieron por primera vez “al aire” con su radio experimental a galena lo siguiente:
“Señoras y señores, la Sociedad Radio Argentina les presenta hoy el Festival sacro de Richard Wagner, Parsifal. Con la actuación del tenor Maestri, la soprano argentina Sara César y el barítono Rossi Morelli y los bajos Chirino y Paggi, todos bajo la dirección de Félix von Wingartner, secundado por el coro y la orquesta del Teatro Constanzi de Roma.”
Hacer radio en los años 80
Para 1983 el Licenciado Alberto Fariña Videla era el adjudicatario de la señal: LR2 RADIO ARGENTINA AM 1110 “la nueva radio del país” como cantaba su “jingle” institucional alcanzaba una cobertura prácticamente de la totalidad del territorio nacional por su antena de gran alcance. Hablamos por cierto de tiempos de teléfonos de línea fija y de radio analógica y manual: discos de pasta, cassettes, no existía aún ni siquiera el FAX y el compact disk CD…recién era novedad en los EE.UU. de Norteamérica, donde yo lo conocería durante un viaje en 1984.
Únicamente algunos de los medios de prensa gráfica más importantes y prestigiosos y muy pocas radios disponían de equipos de “télex” propios: una especie de fax transmisor de noticias breves a distancia que a su vez las imprimía para ser leídas y al que únicamente accedían la división de noticias o editores de gráficas para posteriormente “armar” (artesanalmente cortando y pegando) las “tiras de información” no sin antes “cortarlas” (literalmente) y pegar las líneas destacadas que junto con los títulos y copetes darían forma a la “hoja de noticias” que leerían al AIRE durante los informativos los locutores del noticiero de cada emisora.
“Las cosas claras”: el programa
Edmundo Sanders conducía el ciclo de actualidad política nacional e internacional junto a una serie de destacados panelistas que abordaban la realidad del país y del mundo desde las diversas disciplinas en la que cada uno de ellos era especialista: psicología, economía, sociedad, historia, política… Entre ellos, un joven periodista y cronista de guerra, Nicolás Kasanew, recién llegado de Malvinas, y que había cubierto para el canal oficial de televisión argentina (canal 7 o ATC su nombre en aquel entonces) ilustraba y narraba en cada programa las alternativas del conflicto bélico del que apenas se cumplía un año y que le había tocado cubrir como corresponsal de guerra del canal desde el primero de los días hasta el día de la rendición final.
Su relato estremecedor de la guerra de la que había sido protagonista en primera persona desde el frente de combate hasta cada uno de los rincones en los que tuvieron lugar los hechos bélicos era certero, preciso, pero además valioso y no derrotista, porque no solamente contaba las situaciones bélicas, sino que destacaba las innumerables historias de honor, valor, heroísmo y religiosidad que imperaba en las filas argentinas.
Su actitud de informar sin dejar de reivindicar el heroísmo demostrado por nuestros hombres y mujeres de las fuerzas durante el conflicto armado le valió a Kasansew la prohibición de aparecer en medios de comunicación, sufriendo con el correr de las décadas la censura y la cancelación en nuestro país debido al proceso “desmalvinizador” instrumentado por los sucesivos gobiernos democráticos argentinos consistente -en paralelo con el juicio que se seguía las Juntas de Comandantes del Proceso Militar- en la ridiculización y el olvido deliberado de la gesta heroica de Malvinas.
Edmundo Sanders por su parte también conducía durante aquel bélico año de 1982 el informativo central de noticias del canal oficial ATC Argentina Televisora Color que se emitía por la señal RAE -radiodifusión argentina al exterior -para televidentes del mundo de habla inglesa dada su vasta experiencia en la radio y televisión británica (BBC) durante muchos años, y su perfecto dominio del idioma inglés.
“Que hoy lea AL AIRE el nieto de Joe Walsh”
Mi trabajo durante el programa consistía en anotar los mensajes con letra clara, buena caligrafía y legible (detalle no menor para estos tiempos de escuelas que NO enseñan y estudiantes que NO estudian; tiempos de cultura y educación licuadas y ánimo cancelatorio, de múltiples autopercepciones desencajadas de la realidad y habilitantes a un sinnúmero de derechos), yo debía ingresar al estudio principal cuando el cartel de “EN EL AIRE” que se encontraba en la parte superior de la puerta de acceso al estudio se apagaba.
Aunque excesivamente formal, lo hacía siempre pidiendo permiso: entregaba al conductor los papelitos con los mensajes de los oyentes (que eran muchos, por cierto) anotados “con buena y clara caligrafía” para que Edmundo Sanders los leyera con esa voz única, tan impecable como su persona, su trayectoria y su presencia: su voz grave y continua, serenamente prolongada en el tiempo de su locución invitaban a escucharlo en una continuidad permanente más allá del tiempo, sólo limitado por su cabello blanco blanquísimo, corto y prolijísimo y por el color de sus ojos celestes que en verdad: maravillaban.
Todo era simplemente hacer silencio, no hacer ruido, cuidar los movimientos dentro del estudio para no tocar nada ni tirar nada por una torpeza inoportuna, que suele ser la carta de presentación de los nervios de quien está abstraído presenciando una escena que siempre deseó presenciar, para aprender, admirar…
Era casi como aquello en lo que consiste el primer movimiento intelectual y volitivo del filosofar. La admiración y el asombro mueven a filosofar, dirían los maestros Millán Puelles y Gambra y Edmundo Sanders movía a la admiración a un joven que hacía sus primeros pasos (bien primeros) en una radio: simplemente estando.
De pronto, más aguardando yo que “saliéramos el aire” y el conductor indicara que “iba a un corte”, salí de ese admirable asombro cuando una frase de Edmundo Sanders impactó primero en mi corazón, y segundos después en mi comprensión: tanto fue así, que Radamés Marini, el columnista de esa noche tuvo que avisarme que “el conductor te está hablando”:
“si, si, que quiero que desde esta noche lea los mensajes el nieto de mi admirado JOE WALSH”
…y leí nomás. Por primera vez leí EN LA RADIO
José Patricio Walsh, mi abuelo materno, director del Frigorífico La Negra de Buenos Aires y que había trabajado toda su vida para la Compañía Sansinena en el mercado de la carne, había sido noticia en todos los diarios y prensa de nuestro país y del mundo por haber sido el empresario que -una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial en 1945- había viajado en representación de la industria de la carne, frigoríficos y el campo argentino para negociar la reapertura del mercado de carnes con Inglaterra, Europa y los Estados Unidos, que se encontraba suspendido por los vaivenes diplomáticos y económicos provocados por la conflagración mundial.
Pues… lo miré a los ojos, tomé aire, y leí. Leí con algo de nervios el primer mensaje, el segundo también. Recuerdo que antes de leer el tercero de los mensajes levanté por apenas un segundo mi vista para mirar al conductor, que con absoluta serenidad y atención escuchaba mi lectura sin hacer ningún comentario. Dirigí nuevamente mi vista a los “papelitos” y continué con la lectura, sin olvidar mencionar al final las líneas telefónicas de la radio, que ya se oían sonar al otro lado del estudio.
Una vez fuera de aire, Edmundo Sanders me contó que había conocido a mi abuelo José Walsh cuando -como conté- viajó a Londres a reabrir el mercado argentino internacional de carnes. Es más, lo había entrevistado para la BBC en dos oportunidades, y que luego, ya de regreso a la Argentina, continuaron una amistad que se traducía con frecuencia en charlas interminables debido a la admiración mutua que se tenían. Eran los tiempos en los que mi abuelo presidía el Banco Avellaneda de Buenos Aires, en plena “city porteña”, muy “londinense”.
…saludos a su madre…
Diría que aquella fue “la noche de las noches” para aquel joven que admiraba y amaba hacer radio. Que ya tenía a sus 16 años horas y horas de oyente de radio… o “kilobytes de radio” resonando en sus oídos. Continué yendo a la radio hasta finales de ese año 1983, cuando el programa finalmente se levantó. Y por supuesto, cada noche era una fiesta interior que se renovaba en mí. Sin embargo, recuerdo un detalle particular de aquella primera noche en que leí por primera vez esos mensajes al aire: es un detalle que me pareció extraño en el momento, y que me tomó mucho tiempo decodificar seguramente por tanta emoción.
Es simple: al llegar a la planta baja del edificio de la radio, al despedirme del señor de seguridad, un hombre de edad y muchas batallas libradas a la vida… devolvió mi saludo de buenas noches diciéndome: “adiós m’hijo, y mis saludos a su madre”. Siempre educado, le agradecí…pero sin comprender. Caminé raudo las cuadras de regreso a casa. A las 6 am (ya era pasada la medianoche) sonaría implacable el despertador para despertarme, vestir el uniforme del Colegio De La Salle, y partir como cada mañana a cursar mi cuarto año del colegio secundario.
Mi madre, Sheila Alicia Walsh de Montaron, tenía mucho de esas cosas: en Irlanda, su tierra amada, suelen atribuirle lo que mi madre había hecho a los duendes, que más de una vez -pasados unos tragos de cerveza- realizan pequeñas acciones, simples, concretas en secreto, o, mejor dicho, en silencio. Todo era real: la radio, Edmundo Sanders, mi experiencia de leer por primera vez en radio, el estudio, la luz roja, la “pecera del operador”, la anécdota que Edmundo había contado, y por supuesto Joe Walsh y su paso por Inglaterra. Eso sí: también era real (pero en secreto) la llamada telefónica que mi madre había hecho a la radio mientras yo caminaba para allá, para pedir que la comunicaran con Edmundo Sanders, y -junto con saludarlo, porque también se conocían – avisarle que “Jules Montaron, su hijo, el nieto de Joe Walsh– iba para la radio para ofrecerse como ayudante en la toma de mensajes telefónicos.
Y eso que en aquel entonces los teléfonos eran fijos y no siempre te atendían, o daba ocupado. En eso sí, en que la llamada hubiera llegado a destino, intervienen los duendes.
Para ANUNCIAR Informa (AI)
Desde Argentina
Julio Roberto Montaron
Este artículo está publicado en el boletín digital, número 61, que corresponde al mes de diciembre de 2024.