Hace un par de semanas leí una historia que me conmovió muchísimo, bajo el título “Él me ha llamado por mi nombre”. Se trataba del testimonio de una mujer, de origen polaco, que logró salvar su vida durante la Segunda Guerra Mundial.
Resulta que, encontrándose ella en una pequeña estación ferroviaria, sola, con frío y sin fuerzas-luego de ser liberada del campo de concentración Czestochowa-, un sacerdote joven y rubio ¡que justo pasaba por ahí!, le preguntó su nombre, siendo esta la primera vez -después de años- que no era considerada como una más, sino más bien un ser humano, MUJER, con valía e identidad. El sacerdote en cuestión, le dio de beber té caliente y la alimentó con pan y queso y como ella no podía caminar porque tenía la pierna hinchada, la llevó en sus hombros hasta una estación más grande, con la promesa de llegar hasta la casa de un familiar.
El joven sacerdote era Karol Wojtyla (San Juan Pablo II), quien desprendido de todo prejuicio y embestido de una magistral caridad, asumió el rol de Cristo, devolviendo la dignidad a aquella mujer.
Queridas mujeres: Dios nos sigue llamando por nuestros nombres en el mundo real, con un corazón nada frío, mucho menos distante, mientras contempla nuestros ámbitos cotidianos. Él nos conoce muy bien y valida profundamente nuestro compromiso en lo familiar, laboral, social y humano, en favor del bien común.
Y me viene a la mente, mientras escribo estas líneas, el testimonio de Santa Teresita de Lisieux, nombrada doctora de la Iglesia a pesar de no haber sido una mujer dotada en ciencias, siendo esto la fiel demostración de que el testimonio de vida importa y es capaz de alimentar todas las ciencias humanas posibles.
Dicho lo anterior, muy en lo personal siento que se abre una nueva etapa, inspirada en María, madre de la humanidad y recreada en aquellas mujeres del Evangelio, portadoras de la Buena Nueva en todos los confines de la tierra, haciendo presente a Dios en el mundo.
“Llega la hora, ha llegado la hora en que la vocación de la mujer se cumple a plenitud, la hora en que la mujer adquiere en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzados hasta ahora. Por eso, en este momento en que la humanidad conoce una mutación tan profunda, las mujeres llenas del Espíritu del Evangelio, pueden ayudar tanto a que la humanidad no decaiga”.
(San Juan Pablo II, Carta Apostólica sobre la dignidad y la vocación de la mujer).
La historia de la Salvación se ha dejado iluminar, desde siempre, por aquella escena en Samaria, para seguir develando la misión. Una verdad que no se agota, ¡se renueva!
Para ANUNCIAR Informa (AI)
Desde Venezuela
Isabella Orellana
-Este artículo está publicado en el boletín digital, número 59, que corresponde al mes de Octubre de 2024.