Mi primera experiencia en una Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) fue en Panamá, un evento del que había oído hablar pero sin comprender realmente su magnitud. Desde entonces, mi deseo de asistir a futuras JMJ se convirtió en una meta personal. La oportunidad se presentó en Lisboa, y sin expectativas preconcebidas, me dispuse a dejarme sorprender una vez más, al igual que lo hice en Panamá.
Y ciertamente, volví a sorprenderme. La juventud tiene esa cualidad refrescante que revitaliza todo a su paso. Sus actitudes y gestos, la manera en que celebran, son verdaderamente hermosos de contemplar. Aunque fuimos como comunicadores, también nos sumergimos en la experiencia como peregrinos. Sin embargo, debo admitir que en ocasiones dejé de grabar para simplemente observar a los jóvenes. Me recordaron la importancia de la empatía, el compartir, y la actitud positiva y alegre frente al cansancio y las inclemencias climáticas. Creo que todo Portugal fue testigo de esta vibrante energía juvenil. Recuerdo un encuentro con una señora local, emocionada y asombrada, que nos preguntó: “¿Hacia dónde se dirigen todos estos jóvenes? ¿Qué evento los convoca?”
Sus preguntas reflejaban su sorpresa y admiración, mientras trataba de recordar si alguna vez había habido un evento que congregara a tantos jóvenes de diversas partes del mundo. Podríamos describir la JMJ como un llamativo encuentro global en el que jóvenes caminan juntos hacia el encuentro con Jesús. Grabamos y observamos cómo estos jóvenes se agrupaban, cantaban, compartían y marchaban con alegría hacia los distintos eventos programados para cada día, convirtiéndose en los protagonistas indiscutibles. Cuando finalmente tuvimos la oportunidad de encontrarnos con el Papa Francisco, las preguntas de aquella señora portuguesa hallaron su respuesta, una respuesta que en cierta medida también nos pertenece a todos nosotros. La cuestión de “¿Por qué estamos aquí?” encontró eco en las palabras del Papa durante la ceremonia de bienvenida:
“Hemos sido llamados, ¿por qué? Porque somos amados. Hemos sido llamados porque somos amados. Es lindo. A los ojos de Dios somos hijos valiosos, que Él llama cada día para abrazar, para animar, para hacer de cada uno de nosotros una obra maestra única, original”.
Estas palabras resonaron profundamente, recordándonos que cada individuo es un ser amado y valioso a los ojos de Dios. La JMJ no solo fue un encuentro de juventud y fe, sino también una oportunidad para recordarnos mutuamente nuestra propia valía y unicidad. A través de esta experiencia, aprendimos nuevamente a abrazar la emoción, la alegría y la vitalidad de la juventud, y a recordar que, en última instancia, somos llamados por el amor que Dios tiene por cada uno de nosotros. La JMJ en Lisboa se convirtió en un capítulo significativo en mi viaje espiritual, reforzando mi determinación de seguir participando en futuros encuentros de este tipo y llevar consigo el mensaje de amor y esperanza que experimentamos en cada JMJ.
Para ANUNCIAR Informa (AI)
Desde Argentina
Marcelo Tejada
-Este artículo está publicado en el boletín digital, número 46, que corresponde al mes de Septiembre de 2023.