Un fuerte abrazo mis queridos lectores. Gracias por nuevamente andar por estas líneas. Analizando un poco lo que nos está tocando vivir, vemos como cada vez más nos cuesta platicar sin miedo a ofender a alguien. Ya no podemos simplemente dar nuestra libre opinión sin tener ese pequeño temor a que alguna de las personas con quienes estamos platicando se sienta agredido, ofendido o discriminado. Y es que hoy en día son tantas las causas por las que las personas pueden llegar a sentir alguno de los sentimientos arriba escritos que cada vez son más las personas que optan por simplemente escuchar sin dar opinión alguna y eso lejos de ayudarnos nos está distanciando.
No creamos conflictos, pero tampoco generamos empatía ni aprendemos a razonar ni a ser empáticos. Nuestros abuelos, ya fueran preparados académicamente o no, eran personas que decían lo que pensaban y hacía lo que decían, es decir, personas íntegras de palabra y acción. No quiere decir que tenían la verdad absoluta, pero no tenían miedo a expresar su sentir y su pensar, a sabiendas que su opinión tal vez no sería la más aplaudida de la reunión, pero de todas esas opiniones salían opciones, salían propuestas, salían hipótesis que entre varios podían depurar, mejorar y llevar a la acción. ¿Cuánto nos falta aprender de nuestros abuelos? Si su idea no era la escogida, no se sentían ofendidos, sino que reconocían el error y aprendían del mismo. Era una cultura que buscaba el bien común: si la comunidad estaba bien, el individuo también se vería beneficiado.
Hoy nos hemos llenado de egoísmo. Sólo mi opinión cuenta, sólo mi idea es la buena y si alguien no la apoya simplemente es un adversario, un opositor a mi causa. Los juegos de la infancia nos ayudaban a eso: ponernos de acuerdo qué vamos a jugar (planeación), quiénes escogían los jugadores (liderazgo), poner las reglas del juego (orden), si alguien cometía falta se reconocía y se tomaban las medidas pertinentes (penal, tarjeta, 5 minutos sentado, etc.) Era la socialización la base de todo, pues nos enseñaba a ser personas capaces de arreglar las diferencias dialogando y negociando. Hoy hemos perdido esa capacidad y vemos como a diario en las noticias, que un ser humano mató a otro simplemente porque no pensaban igual, por una simple diferencia de opiniones.
Nos hemos distanciado tanto no sólo entre las personas de la misma generación, sino entre las generaciones hemos ido abriendo una brecha cada vez más ancha que es difícil que los aprendizajes y consejos puedan pasar libremente entre una generación y otra. Aprendamos a volver a socializar. Volvamos a platicar con los vecinos, con los amigos, con los que piensan igual y con los que piensan diferentes, porque de esas pláticas nacen muchos aprendizajes, se desarrolla la empatía, se fortalece la amistad y enriquece la cultura. Que la brecha generacional sea cada vez menor, para tener un mundo cada vez mejor.
Columna dedicada a la memoria de abuelito Jaime Hernández QdDg.
Para ANUNCIAR Informa (AI)
Desde México
José Luis Hernández
-Este artículo está publicado en el boletín digital, número 46, que corresponde al mes de Septiembre de 2023.