En la antigua Sumeria, una civilización próspera y avanzada, el nombre poseía una importancia trascendental. Para los sumerios, dar un nombre significaba algo más que simplemente identificar a una persona o entidad; era un acto de creación y una conexión directa con los dioses. Como escriba y funcionario de alto rango en la corte del rey durante la tercera dinastía de Ur, puedo atestiguar la profunda reverencia que se le otorgaba al acto de nombrar.
Para los sumerios, creer que dar un nombre significaba crear era un concepto arraigado en sus creencias religiosas y cosmogonía. Según sus mitos, los dioses mismos otorgaron nombres a las deidades, a los reyes y a los seres humanos. Se creía que el nombre de una persona estaba intrínsecamente vinculado a su destino y que su energía vital se encontraba en la esencia de su nombre. Al dar un nombre a un recién nacido, los padres participaban en un acto sagrado de cooperación con los dioses para traer vida y destino al mundo.
Esta creencia también se extendía más allá de los individuos y se aplicaba a las ciudades, templos y objetos. Al nombrar una ciudad o un templo en honor a un dios, los sumerios creían que estaban estableciendo una morada terrenal para la divinidad y fortaleciendo los lazos entre el mundo mortal y el divino. Además, los objetos y estatuas recibían nombres para dotarlos de propósito y significado, creando una conexión simbólica con el propósito para el cual fueron creados.
Como escriba, mi tarea de registrar y documentar tenía una relevancia especial en el contexto de los nombres. Mantener un registro preciso de los nombres de los reyes, los dioses y los eventos importantes era fundamental para la estabilidad y la legitimidad del reino. El cambio de un nombre, incluso en un contexto divino, podía tener consecuencias significativas, ya que implicaba una alteración en el destino y la esencia misma de lo nombrado.
En esta gloriosa época de la tercera dinastía de Ur, se llevaron a cabo ceremonias especiales para dar nombres a los recién nacidos y a los edificios importantes. Los sacerdotes y los escribas se unían para garantizar que los nombres fueran pronunciados correctamente y que los dioses fueran debidamente honrados en estos actos sagrados de creación.
En conclusión, el acto de nombrar en la antigua Sumeria iba más allá de una simple identificación; era una manifestación del poder divino y un medio para crear y dar vida. Los sumerios creían que los nombres tenían un poder intrínseco para influir en el destino y la esencia de lo nombrado. Como escriba y funcionario cercano al rey y a los dioses, considero un honor haber participado en la preservación de esta sagrada tradición, asegurando que los nombres fueran transmitidos con la debida reverencia y significado en la espléndida era de la tercera dinastía de Ur.
Notas de un escriba de la ciudad de Ur allá por el 2000 a.C.
Para ANUNCIAR Informa (AI)
Desde Argentina
Ignacio Bucsinszky
-Este artículo está publicado en el boletín digital, número 45, que corresponde al mes de Agosto de 2023.