Millones de personas en el mundo viven confinadas en soledad, sin que vean por sus necesidades básicas, sin absolutamente nadie a su alrededor que pronuncie palabras con ellas, días enteros, meses y años sin conversar de aspectos importantes. La soledad, cuando es vivida por una decisión es un oasis, sin embargo, para quienes la viven por motivos circunstanciales se convierte en un sufrimiento silencioso. Una gran cantidad de personas han definido la soledad con sus diferentes matices: La soledad no viene desde afuera, solo nos habita, no es por la ausencia de compañía, más bien, por una cierta falta de cariño y se instala en el alma; es posible sentirla aun en medio de una multitud.
La soledad cuando no es elegida por convicción, da miedo, porque no hay nadie a quien contarle, compartirle y mucho menos sentir un poco de cercanía. Es hablar consigo mismo y responderse con las voces del más profundo silencio. La soledad tiene muchos sonidos, especialmente la de los recuerdos. La soledad entera, aquella que no es a trozos ni por partes, no hay soledad más rotunda que la que llega cuando te miras pero no te ves y la vida te aparta de todo y de todos. Cuando la soledad es tu diaria compañía, los días se hacen lentos, no dan ganas de comer, el tiempo consume toda la energía.
No es la misma soledad añorada en otros días de la vida, es una soledad triste, gris. Es en ese momento cuando la presencia de Dios se vuelve sutil, cuando no hay nadie a nuestro alrededor, cuando todo lo envuelve y nos habla de Él. “No temas, porque yo estoy contigo; no te desalientes, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré, ciertamente te ayudaré, sí, te sostendré con la diestra de mi justicia” (Isaías 41-10)
Y todo esto me hace pensar en Jesucristo, que su reino no es de este mundo, en su soledad también vino aquí a ayudarnos a despertar. Aunque siempre nos compartió que el Padre Celestial le acompañó y le escuchó en todo momento, también mostró momentos de soledad, incluso los buscaba.
El camino de Jesús, su evangelio, palabra y vida, son joyas en las que hay que dedicarse a fondo para descubrirlas en un mundo donde falta amor. Ante tanta muerte, anunciaremos que Jesús es la vida, ante la tristeza, llevaremos en nuestras manos la fe, ante la amargura, insistiremos con el bálsamo de la esperanza y ante la soledad daremos consuelo. Una gran cantidad de personas viven en soledad y puede que estén a un lado de nosotros, miremos con detenimiento a nuestro prójimo, su soledad seguro nos hablará. Silencio y soledad, siempre vienen de la mano, como el olvido y la ausencia, como la nada y el vacío. Nadie está más solo que el que no sabe estar consigo mismo.
“El Señor irá delante de ti; Él estará contigo, no te dejará ni te desamparará; no temas ni te acobardes”. (Deuteronomio 31-8).
Para ANUNCIAR Informa (AI)
Desde México
Rafael Salomón
-Este artículo esta publicado en el boletín digital, número 40, que corresponde al mes de Marzo de 2023.