Saludos familia. Ya estamos próximos al festejo de Pentecostés. Esa fiesta de la Iglesia, tan alegre que tenemos. Tanto que algunos coros parroquiales se les va la mano con el repertorio escogido para las misas de este día especial y nos salimos totalmente de lo litúrgico, pero no por un asunto de irreverencia sino de alegría desbordada (aunque la alegría no está peleada con la liturgia, pero eso lo platicamos después).
En esta festividad todo es alegría. Empezamos con la vigilia de Pentecostés. Muchas parroquias organizan horas santas, los adoradores nocturnos jornada especial y solemne por la importancia de la fecha, los grupos juveniles organizan conciertos, las catequistas decoran los salones con “llamitas” de fuego, en fin, todo es alegría y gozo, pero pasado el domingo de pentecostés, ¿dónde queda el Espíritu Santo? ¿A dónde se fue? ¿Por qué la Iglesia vuelve a ser la misma de siempre? ¿Dónde quedaron el gozo, la fiesta y la alegría de ser cristianos?
El Espíritu Santo para muchos cristianos es el gran desconocido de la Iglesia. Es muy normal escuchar frases como “Yo soy devoto del santo tal” o “Yo soy devoto de la Virgen tal” y es muy bueno, los santos, nos los propone la Iglesia como ejemplos a seguir, ejemplos de que SÍ se puede vivir según la enseñanzas de Cristo, y la Virgen… ¿Qué les puedo decir? Siempre será una garantía recurrir a ella, en la advocación que sea, pero, ¿A cuántos devotos del Espíritu Santo conocen? ¿A cuántas personas han escuchado decir: “Tomá esta estampita del Espíritu Santo para que te proteja y te libre del mal”? ciertamente muy pocas.
San Juan Pablo II, comentaba que, desde niño, su papá le regaló una oración al Espíritu Santo porque las matemáticas le daban muchos dolores de cabeza, iba muy bien en todas las materias, pero las matemáticas se le complicaban mucho. Desde ese momento hacía siempre su oración al Espíritu Santo para que le iluminara y las matemáticas poco a poco fueron siendo de su entendimiento.
Jesús nos deja al Espíritu Santo para que nos acompañe como Iglesia, pero en nuestras familias también tenemos una Iglesia, la Iglesia doméstica, y a nuestros hijos poco o nada les hablamos del Espíritu Santo. Nadie ama lo que no conoce dice el famoso refrán. Si no conocemos al Espíritu Santo, ¿cómo lo podremos amar?
Invoquemos al Espíritu Santo, pero como lo que es: ¡Dios! La tercera persona de la Santísima Trinidad. Es quien nos da sus siete hermosos dones para ayudarnos a ser mejores personas, mejores cristianos y mejores ciudadanos. Recemos y pidamos su divina protección y que esa alegría que se vive en Pentecostés la podamos alargar durante todo el año en nuestras parroquias y vayamos quitando poco a poco esas “caras de cementerio” que tanto nos ha hecho hincapié el Papa Francisco, de nuestras parroquias, de los laicos comprometidos y que todos vean en nosotros la alegría de ser hijos de Dios.
Ánimo.
Nunca dejen de soñar.
Para ANUNCIAR Informa (AI)
Desde México
José Luis Hernández
-Este artículo esta publicado en el boletín digital, número 31, que corresponde al mes de Junio de 2022.