Queridos lectores:
Como podrán advertir en la tapa de este número del Boletín Digital, la jarana sigue. ¡Enhorabuena! ya que también seguimos festejando los primeros días del último “hijo” de La Productora que, junto con los genios de DoblaStudio, ya está casi listo para su presentación en sociedad.
Habiendo hecho esta mención, este duro director que muestra su cara más seria, apaga la música que sonaba en el párrafo anterior y, en medio de un silencio acogedor, les va a regalar un cuentito para invitarlos a pensar y reflexionar. Es una historia que viene rondando en el imaginario de quien suscribe, es inspiradora, cotidiana -diría- y provocadora.
El relato comienza con una pareja de águilas en su nido con dos huevos en la dulce espera de la eclosión. Una mañana, luego de una gran tormenta, advierten que los huevos ya no estaban. Desesperados comenzaron a buscarlos por todos los rincones de aquella cima. Sobrevolaron los alrededores durante un largo tiempo. El fruto de esa terrible búsqueda fue un solo huevo, que había quedado atrapado en unas ramas más abajo. El otro huevo cayó hasta abajo y tuvo la suerte de caer en una carreta que transportaba heno. El campesino, en su afán de huir de la tormenta nunca advirtió la presencia del ese “pasajero” extra en su catanga. Al llegar a destino, comenzó con la descarga del heno y se encontró con la sorpresa. Le pareció que era una buena idea colocar el nonato, digamos, en su gallinero para que las propietarias hagan lo suyo con el recién llegado. Así fue. Al cabo de unos días, el huevo eclosionó y apareció un polluelo muy feo -según declaraciones de las gallinas- que fue alimentado y criado como el resto de sus hermanos. El ave creció y se comportaba como una gallina más, rascaba la tierra en busca de insectos y semillas para alimentarse. Al volar, batía levemente las alas y agitaba escasamente su plumaje, de modo que apenas se elevaba un metro sobre el suelo. No le parecía anormal; así era como volaban las demás gallinas.
Un día vio un ave majestuosa planeando sobre un cielo hermoso, le llamó la atención tanta belleza y le preguntó a sus compañeras gallinas que pájaro era. Una gallina le dijo: “Es la reina de las aves, un águila” y continuó: “Pero no nos hagamos ilusiones que nunca seremos como ella”. Nuestra amiga dejó de prestarle atención y continuó su vida. Al tiempo murió creyendo que era gallina.
Creo que la reflexión a la que los quiero llevar salta a la vista. Es una hermosa manera de contar dos cosas. ¡Dos Cosas! La primera tiene que ver con nuestro entorno, somos lo que nos rodea, debemos prestar mucha atención y estar atentos a nuestro alrededor, nunca es una buena idea rodearse de gallinas. No es bueno rodearse de gente chata que tiene su techo justo por encima de su cabeza. No debemos rodearnos, en síntesis, de gente que no nos permita volar alto. Como segunda cosa, me gustaría, volver a llamarlos -ya lo he hecho en otras de mis desprolijas editoriales- a escuchar su alma, su interior. Les dejo para la reflexión la parábola de los talentos (Mateo 25, 14-30).
Escuchemos lo que nos tenemos para decir, cuales son nuestros anhelos, nuestros sueños, nuestras metas. Siempre debemos visualizarnos volando alto, como las águilas. Tenemos que hacer este ejercicio de escucharnos a nosotros mismos, de abstraernos de tanto ruido exterior que al final de cuentas lo único que hace es restarnos serenidad y autoconocimiento. Debemos recordar que tenemos la obligación de ser felices.
(Nota: Durante la creación y edición del presente artículo ninguna gallina y/o águila fue dañada.)
Para finalizar y como palabras finales no quiero dejar de instarlos a que apaguen el TV. Es el primer paso a la felicidad plena.
Ignacio Bucsinszky