Mis queridos lectores, en esta oportunidad, esta, vuestra editorial, va a acercarse un poco a la celebración de la Cuaresma que tiene lugar en muchas iglesias como la católica, la copta, la ortodoxa, la anglicana y buena parte de las protestantes. Se trata de un período donde se prepara a los creyentes para recibir la Pascua; celebramos así la pasión, muerte y resurrección de Cristo.
La cuaresma es un momento especial para hacer introspección. Es algo en lo que hago mucho énfasis, lo habrán notado en anteriores (y lo verán en posteriores) editoriales. Podemos decir también que es un período de purificación e iluminación interna.
La Iglesia nos pide una penitencia, un sacrificio durante estos días que se traduce en la práctica del ayuno, por supuesto de una manera bastante “aggiornada” a estos tiempos.
Aquí es donde quiero detenerme y pedirles que me acompañen en esta reflexión: Es un momento para pensar y meditar nuestras acciones y nuestro proceder, un momento para hacer pactos con nosotros mismos y prometernos, con la intensión de hacer todo lo posible por cumplir, no caer en tentaciones.
Tal cual como le pasó a Jesús, donde rechazó tres veces las ponzoñosas tentaciones del innombrable. La idea con este período de “purificación interna e iluminación” es bucear en nuestros corazones de la manera más sincera posible y prometernos intentar ser mejores personas, lograr, cada uno a su ritmo, vivir más plenamente en el amor. El amor a nosotros mismos, el amor al prójimo y el amor a todo lo que nos rodea. Les propongo comenzar un camino a nuestra humilde iluminación. Un camino basado en el amor. ¿Vamos?
Ignacio Bucsinszky