Monseñor Abelardo Francisco Silva nació en la ciudad de Buenos Aires el 26 de julio de 1924. A los 19 años se enroló en las filas del naciente movimiento de la Juventud Obrera Católica (JOC), del que fue primero presidente en la Capital Federal y luego lo presidió en el orden nacional. A los 24 años de edad, al finalizar su período como presidente nacional de la JOC, y ante la gran escasez de sacerdotes dedicados al apostolado entre los jóvenes obreros, decidió ingresar al seminario de Villa Devoto, donde al cabo de ocho años de intensos estudios fue ordenado sacerdote el 24 de septiembre de 1955.
Su primer destino eclesiástico fue como vicario cooperador en la parroquia Nuestra Señora de Luján de los Patriotas, en el barrio de Mataderos. Luego fue trasladado a la parroquia Nuestra Señora de Luján, del barrio de Flores, conocida como Luján Porteño. Más adelante se lo designó capellán de Nuestra Señora del Carmen, en Villa Urquiza. En julio de 1966 fue nombrado párroco de San Rafael Arcángel, en Villa Devoto, y el 4 de diciembre de 1977 el cardenal Juan Carlos Aramburu lo designó párroco de la basílica de San Antonio de Padua, en Villa Devoto.
Sin desmedro de su labor parroquial, en 1959 la Conferencia Episcopal Argentina lo designó vice asesor nacional de la JOC y en 1963 asesor nacional. En 1978 el obispo de San Miguel, monseñor Alberto Bózzoli, lo llamó a colaborar en su recientemente creada diócesis y lo designó vicario coadjutor de la catedral de San Miguel. Además, y al mismo tiempo, integró el Consejo Presbiteral y el Colegio de Párrocos consultores diocesanos; fue director espiritual y confesor del seminario, y asesor eclesiástico de las asociaciones de los jóvenes y de las señoritas de la Acción Católica.
El 28 de octubre de 1981 el Papa Juan Pablo II lo nombró obispo de Presidencia Roque Sáenz Peña (provincia del Chaco), sede en la que sucedió a Monseñor Italo Severino Di Stéfano que había sido promovido a la sede arzobispal de San Juan de Cuyo. El 8 de diciembre de ese mismo año, en una eucaristía celebrada frente a la catedral de San Miguel, recibió la consagración episcopal de manos del obispo de San Miguel, monseñor Bózzoli, del arzobispo de San Juan de Cuyo, monseñor Di Stéfano y del obispo auxiliar de Buenos Aires, monseñor José Manuel Lorenzo. El 20 de diciembre tomó posesión de la sede chaqueña. El 31 de marzo de 1994 Juan Pablo II lo trasladó como obispo coadjutor del obispo de San Miguel, Monseñor José Manuel Lorenzo. El 12 de noviembre de ese año, por la renuncia de Monseñor Lorenzo, asumió como obispo diocesano de San Miguel, sede a la que renunció, aquejado por una seria enfermedad el 17 de mayo de 2000.
Monseñor Silva, fue uno de los testigos del inicio del programa de radio EL ALFA Y LA OMEGA, donde acompaño apenas asumió como obispo coadjutor desde el año 1994 al 1997 apoyando 100% no solo institucionalmente sino lo más importante personalmente brindando su amistad desinteresada, siendo con el tiempo un referente para este medio donde tenía vía telefónica participaciones y cuando su agenda lo permitía la presencia en el estudio en vivo. Guardamos con mucho afecto y cariño una carta que le enviara al director de nuestra productora multimedia, Alfredo Musante como director del programa de radio, donde le dejaba esta hermosa reflexión:
“Sé que este trabajo es a veces agotador, porque no se cuenta con los recursos económicos suficientes… pero les pido encarecidamente que no aflojen, que no se desanimen, porque siempre contarán con la ayuda del Señor si siempre se mantienen fieles a la Verdad”.
Al cabo de una larga enfermedad y pocos días antes de cumplir 81 años, falleció el 15 de Julio del año 2005 y sus restos descansan en la catedral San Miguel Arcángel de la ciudad de San Miguel, Provincia de Buenos Aires. En Agosto de 2013, celebrando el cincuentenario de la diócesis de San Roque de Presidencia Roque Sáenz Peña, Chaco, su obispo Monseñor Bárbaro, subrayó su preocupación por los más pobres y necesitados, por los niños de la calle, todos ellos los principales destinatarios de su enorme bondad, y reconoció que monseñor Silva tal vez no deseaba en su humildad que su nombre estuviera escrito en los letreros de una calle, sino en el Reino de los Cielos, lo único que le interesaba. Agrego además que “dejó una amable imagen, de un hombre de Dios, piadoso, que con gran espíritu de sacrificio recorrió palmo a palmo el territorio diocesano, dejando una importante herencia con su impronta y numerosas iniciativas”.
Equipo de Redacción
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